miércoles, 22 de octubre de 2008

Familia multicolor. No es mío (he hecho un cortar y pegar jejeje)

Yo nací en una casa de lo más multicolor. Y no, no me refiero a lasparedes. Esas eran blancas, como las de cualquier casa de PuertoCabello en los setenta. Mi casa era multicolor por dentro. Y es quemi mamá es de piel tan clara, que sus hermanos la bautizaron "ranaplatanera". Y mi papá era de un trigueño agresivo, con bigote decharro, sonrisa de Gardel y cabello ensortijado, estirado a juro conbrillantina. La vejez lo ha desteñido, a mi papá. Como si la melaninase acabara con el tiempo. Como si los años fueran de lejía.De esa mezcla emulsionada salimos nosotros, cinco hermanos de lo másvariopintos. Mi hermano mayor, vaya usted a saber por qué, pareceárabe. Ojos penetrantes, nariz aguileña, frente amplia y cabellorizado (cuando existía, pues ahora ostenta una calvicie de lo másatractiva). Le sigue una hermana preciosa, nariz perfilada, pecas,ojos inmensos, sonrisa como mandada a hacer. Castaña clara y decabello cenizo. Se ayuda con Kolestone, vamos a estar claros. Pero lequeda de un bien que parece que hubiera nacido así. Al tercero,extrañamente, le decían "el catire". Nunca entendí por qué, con esecabello de pinchos rebeldes que crece hacia arriba. Eso sí, tan ranaplatanera como la madre. Yo soy trigueña como mi padre, y mi narizdelata algún ancestro africano por ahí. Y mi hermana menor es pecosay achinada, como si en algún momento los genes se hubieran vueltolocos y por generación espontánea hubieran creado una sucursalasiática en la casa.Así, los almuerzos en mi casa parecían más una convención de lasnaciones unidas que otra cosa. Claro que yo jamás me di cuenta deeso.Para mí eran almuerzos, punto. Con el olor inenarrable de lascaraotas negras de mi mamá y las tajadas de plátano frito que sehacían por kilos.De chiquita nunca entendí por qué en el colegio de monjas un día unaniñita me preguntó si mi papá era el chofer. Tampoco supe por qué nolo habían dejado entrar a cierto local nocturno muy de moda en losochenta. Yo jamás me fijé en los colores de mi familia. Mi papá, mimamá y mis hermanos, siempre fueron exactamente eso: mi papá, mi mamáy mis hermanos..Cuando yo era chiquita pensaba que los colores los tenían las cosas,no la gente. No entendía por qué a algunos les decían negros si yolos veía marrones, y a otros les decían blancos si yo los veía comoanaranjado claro tirando a rosa pálido. Y menos aún entendía por quéaparentemente y para muchos adultos, era mejor ser "blanco"que "negro". Una vez mi papá se comió un semáforo y alguien legritó: "¡negro tenías que ser!". Yo me quedé estupefacta al descubrirque los "blancos" jamás se comían los semáforos.Así las cosas, comenzó en mi adolescencia una suerte de fascinaciónpor aquello de los colores de la gente, las etnias, las razas y esosasuntos que parecían importar tanto a la humanidad. Tanto, que hastaguerras entre países generaba. Tanto, que se mataba la gente porasuntos de piel. De genes. De células. De melanina.Yo buscando vivencias reales, y con lo enamorada que soy, tuve noviosmarrones, rosados, amarillos y uno hasta medio verdoso. Me casé conun italiano y tuve una hija que parece una actriz de Zefirelli. Yfinalmente me enamoré hasta los huesos y me casé otra vez. Con unmarrón. Un marrón de esos que la gente llama "negro".Una tía abuela me dijo cuando me casé: "ni se te ocurra tener hijoscon ese hombre, porque te van a salir negritos". A mí no me cabía enla cabeza que a estas alturas de la historia universal, alguienpudiera hacer un comentario como ese. Pero mi tía tiene 84 años, yuno, a la gente de 84 años, le perdona todo. Hasta el racismo.Como soy bien terca salí embarazada de mi esposo marrón. El embarazofue una montaña rusa total, así que cuando nació mi hijo, sano, condiez deditos en las manos y diez en los pies, un par de ojos, orejas,boca, nariz y gritos, yo estallaba de felicidad. Y cuando uno estallade felicidad, no escucha nada.Pero resulta que han pasado cinco meses, y aunque sigo felicísima, seme ha ido pasando la sordera. Y como soy tan bruta, no termino deentender cómo es que tanta gente, que no solo mi tía la de 84, mepregunta "¿y de qué color es el niño?". Sí, sí, así mismo. "¿De quécolor es?". Les importa muchísimo ese detalle a algunos. Tal vez ademasiados. Una amiga de España. Una antigua vecina. Una ex compañerade colegio. Una gente cualquiera que no tiene 84 años. Una gente que,que yo sepa, no pertenece al partido Neo Nazi, ni milita en el KuKlux Klan, ni es aria, ni tiene esvásticas en la ropa. Una gente quese ofende si uno les dice racista. Llegan así, llaman, escriben. Y loprimero que preguntan, antes de esas típicas preguntas de viejita("¿Cuánto pesó?" ¿Cuánto midió?" "¿Lloró mucho?"), es ¿y de qué colores?".Y la verdad, lo confieso, a riesgo de quedar como una madredesnaturalizada, es que yo no me había fijado de qué color era mihijo. Porque cuando nació mi hija la italianita nadie me preguntóeso.Entonces no pensé que era tan importante saberse el color del hijo.Yo me sabía la fecha de su primera sonrisa. Me sabía cuándo se lepuso la triple, cuándo comió papilla por primera vez. Sabía que teníatres tipos de llanto (uno de hambre, uno de sueño y uno de ñonguera).Sabía que por las noches le gustaba quedarse dormida en mi pecho.Cosas, pues, intrascendentes. Igual con mi bebé. Ya me sé sus ojos dememoria, por ejemplo. A veces están a media asta y es que tienesueño, pero lucha porque no quiere perderse nada. Me sé sus saltoscuando quiere que lo cargue. La temperatura de su piel, el olor de sunuca.Pero el domingo pasado me encontré a una ex compañera de trabajo queno veía desde mi preñez, y ¡zuás!, me lanzó la pregunta. ¿Ya nació tuhijo? ¿Y de qué color es?". Me agarró desprevenida, y no supe quéresponderle, pero me prometí a mí misma averiguarlo, ya que a tantagente parece importarle el asunto. Debe ser que es algo vital, y yode mala madre no he prestado atención a la epidermis de mis críos.Así que ante tanta curiosidad de la gente, me he puesto a detallarlos colores de mi hijo. Y resulta que mi bebé es un camaleón. Sí, deverdad. Cambia de colores. A las cinco y media de la mañana, cuandose despierta pidiendo comida, es como rojo. Un rojo furioso ycandelero.Después se pone como rosadito, y se ríe anaranjado. A veces pasa eldía verde manzana, y me provoca darle mordiscos por todos lados.Cuando lo baño, y chapotea con el agua, se vuelve como plateado, unacosa increíble. Cuando se le cierran los ojitos del sueño, esamarillo pollito y provoca acunarlo y meterlo bajo las dos alasacurrucadito.Finalmente se duerme y, lo juro por Dios, se pone azul. Y brilla enla oscuridad.Ese es mi hijo, multicolor. Sé que va a ser un poco difícil llenarlela planilla del pasaporte, o contestarles a las ex compañeras decolegio cuando pregunten de qué color es mi hijo. Pero eso es lo quehay. Lo juro. Mi hijo es color arcoiris."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A propósito de los colores, tengo una amiga que cuando años después le salió en el Trivial la pregunta ¿De que color era Espinete (de Barrio Sésamo)? ella respondió muy segura de si misma que era blanco.

... y es que a ella la TV en color no le llegó hasta unos años después, cuando ya era adolescente, y no tuvo tiempo de enterarse que en realidad era rosa.

A mi me hace mucha gracia el típico comentario "...una persona de color"...

De color... ¿qué color?, ¿gris?, ¿verde?, ¿amarillo?

¿Tanto cuesta decir "...una persona negra..."?

Kinshasa dijo...

Aiss consuegra que me ha gustado esto...y es que mi respuesta tambien hay veces que es esa...cuando se enfada es verde,cuando no se sale con la sulla azul,cuando me da un abrazo es rosa....jajajajajaj..y se quedan a cuadros...me ha encantado consuegra!!
Besotes
Teresa